De nosotros, ¿qué muere y qué encarna?

Cuando nuestro cuerpo físico muere, muere con él aquello que nos caracterizó en esta vida, nuestros gustos y la manera de ver la existencia; pero no desaparece del todo, queda guardado en una memoria a la que podemos acceder cuando queramos con una clave especial.

Estas memorias son los famosos registros akásicos de los que han hablado los grandes esoteristas. Cuando somos capaces de ver esos registros, los entendemos, pero los vemos como una película, libres de sufrimiento o emoción.

A pesar de que nuestro cuerpo físico muere, el conjunto de cuerpos superiores que nos definen se mantiene. Entre ellos, el astral y el mental.

Tal como sucede en esta dimensión, donde aquello que logramos es adquirido a través de esfuerzo y trabajo arduo, ocurre lo mismo en las dimensiones superiores. Si no trabajamos, no logramos nada. Hay que comenzar reconociendo que cada uno de nosotros es, potencialmente, un ser divino. ¿Esto qué quiere decir?, pues, que somos dueños únicamente de una posibilidad, de una esperanza.

Aquello que encarna de nosotros, tantas veces y en tan diversos cuerpos, es apenas un sobre sin iluminación. Cada uno de nosotros debe entender este potencial y comenzar a trabajar arduamente para iluminar sus cuerpos internos. Este es un proceso espiritual y energético en el que, con cada encarnación, debemos trabajar para eliminar tantos vicios y errores.

El trabajo espiritual es acumulativo y trasciende la muerte del cuerpo físico. Si queremos acelerar nuestra iluminación interior, hay que trabajar duro.

Todos llegaremos a la cristificación en un futuro incierto; en nuestras manos está que sea en un futuro próximo.

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