Ciudades perdidas

Cuando hablamos de ciudades perdidas, de pirámides y construcciones míticas, la mayoría piensa en las maravillosas pirámides de Egipto, pero la verdad es que no tenemos que cambiar de continente para encontrar construcciones aún más imponentes.

El Amazonas oculta entre su gran naturaleza y absoluta espesura una infinidad de misterios. Esta zona es mucho más extensa de lo que muchos pueden llegar a imaginarse, su selva cubre gran parte del territorio de Brasil y Perú y una parte más pequeña de Colombia, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Guyana y Guyana Francesa; todos son países amazónicos, todos pertenecen al mar verde del Amazonas.

En esta inmensa selva hay grandes construcciones tapadas por la espesura del manto vegetal, invadidas por la vegetación. Este es el caso de las pirámides de la sierra de Güipara, con elevaciones que superan a las de Egipto y a las de México.

De estas pirámides sabemos desde hace treinta y cinco años, pero con toda razón el Gobierno de Brasil ha contestado con evasivas. Es lógico, pues se quiere más extranjeros merodeando en la zona en averiguaciones de civilizaciones perdidas.

Navegando por el río Negro, desde Manaos hacia su nacimiento, en territorio de Brasil, hay una ciudad muy vieja y se dice que es del periodo de los atlantes. La ciudad está completamente tapada por vegetación, pero tiene sus entradas intactas y algunas edificaciones protegidas por “gente” de la que no se conoce su origen, no se sabe de dónde son, ni los indígenas del lugar saben de dónde vienen.

En los años ochenta un periodista fue asesinado en Brasil en extrañas circunstancias y se dice que tendría en su poder documentos que resumían los estudios de varias exploraciones sobre ciudades perdidas. Investigaciones en las que se hablaba de tecnologías no humanas escondidas en la selva y de la presencia de los nazis en el río Negro en tiempos de posguerra. Nada más se supo de lo sucedido y el misterio quedó en el olvido.

Si nos vamos un poco más al norte, en Venezuela, encontramos una hermosa montaña sagrada, un tepuy o montaña en forma de meseta vertical, que tiene toda clase de historias que encajan o coinciden con la historia sagrada vikinga o con la historia sagrada hebrea.

De este monte es la leyenda del árbol de la vida, idéntico al árbol de la Cábala o al árbol de Yggdrasil, pero contado en lengua piaroa. Este pueblo dice que las memorias están en los árboles, en los dibujos y en el conocimiento de la respiración de la selva. Ellos conocen también ciertas especies de las que extraen hojas que pulverizan y diseminan en el ambiente de su casa en aplausos, para encantar al elemental, luego, entrar en un trance en el que ven el espíritu elemental del árbol.

Es entonces que ese elemental los deja entrar a los espacios en los que se guarda la memoria de los viejos, los secretos de las plantas, de otras plantas que abren las puertas y tienen el poder de arrancar el maguarí de los piaroas de este mundo irreal y llevarse el “estado pendiente” solo durante un día a los cielos reales. Entonces el espíritu de los árboles conduce el maguarí del piaroa por los filos de las casas de luz hasta llegar a las casas aéreas de los gigantes. Ellos sí son los dueños de la memoria y ellos “saben”.

La gente inocente de la selva es considerada como niños sabios y los gigantes ven a los indígenas de la selva con la ternura de los padres y los niños, por esto, las figuras de pesca que están en el árbol de la vida o en el monte o tepuy Autana se mencionan como los niños de la selva. Los gigantes les han enseñado a los piaroas que todas las enfermedades y tristezas de los humanos proceden de sí mismos, porque en la cabeza y en la espalda de la gente habitan de manera provisional los demonios Maarimú y Awetaa, y mucha de la magia de las plantas es para espantar esas fuerzas.

Es increíble esa memoria de la gente de la selva, que en sus palabras guarda una memoria tan bella y un conocimiento tan real.

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