La danza de la creación
Una danza que se conoce en India como Nataraya, en las escrituras sagradas antiquísimas se menciona como una “vibración muy fuerte de la danza” cuando se representa la fase de la destrucción y una “fase suave de giros en espiral” cuando se representa la creación
LA DANZA DE LA CREACIÓN
Comúnmente suele interpretarse mal la alegoría de la danza de la creación, muy propia de las culturas orientales, una danza que se conoce en India como Nataraya, en las escrituras sagradas antiquísimas se menciona como una “vibración muy fuerte de la danza” cuando se representa la fase de la destrucción y una “fase suave de giros en espiral” cuando se representa la creación y esto es con nombres, obviamente en idioma Sánscrito y en el Tamil del sur de la India, entonces en occidente se piensa en idolatría y por fanatismos se alejan de la explicación profunda y trascendental de la danza, esto tiene una base más profunda una base llena de significado, es la danza cósmica, que se relaciona con la física y con la experiencia mística de la meditación más profunda. En la Revista Omnia encontré algo tan lindo acerca de esto y en donde citan a Anthony de Melo, veamos:
La creación es la danza sagrada de Dios, ¿puedes darte cuenta de esto?
Los hindúes han creado una encantadora imagen para describir la relación entre Dios y su Creación. Dios «danza» su Creación. Él es su bailarín; su Creación es la danza. La danza es diferente del bailarín; y, sin embargo, no tiene existencia posible con independencia de él. No es algo que se pueda encerrar en una caja y llevárselo a casa. En el momento en que el bailarín se detiene, la danza deja de existir.
En su búsqueda de Dios, el hombre piensa demasiado, reflexiona demasiado, habla demasiado. Incluso cuando contempla esta danza que llamamos Creación, está todo el tiempo pensando, hablando (consigo mismo o con los demás), reflexionando, analizando, filosofando. Palabras, palabras, palabras… Ruido, ruido, ruido… Guarda silencio y mira la danza. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja marchita, un pájaro, una piedra… Cualquier fragmento de la danza sirve. Mira. Escucha. Huele. Toca. Saborea. Y seguramente no tardarás en verle a él, al Bailarín en persona.
Y aquí va la cita de Anthony de Mello:
El discípulo se quejaba constantemente a su Maestro Zen: «No haces más que ocultarme el secreto último del Zen». Y se resistía a creer las consiguientes negativas del Maestro. Un día, el Maestro se lo llevó a pasear con él por el monte. Mientras paseaban, oyeron cantar a un pájaro.
« ¿Has oído el canto de ese pájaro?», le preguntó el Maestro.
«Sí», respondió el discípulo.
«Bien; ahora ya sabes que no te he estado ocultando nada».
«Sí», asintió. El discípulo.
Si realmente has oído cantar a un pájaro, si realmente has visto un árbol, deberías saber (más allá de las palabras y los conceptos).
¿Qué dices? ¿Qué has oído cantar a docenas de pájaros y has visto centenares de árboles? Ya. Pero lo que has visto ¿era el árbol o su descripción? Cuando miras un árbol y ves un árbol, no has visto realmente el árbol. Cuando miras un árbol y ves un milagro, entonces, por fin, has visto un árbol. ¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro?
Entonces, en toda esta carrera de interpretaciones rápidas y a “letra muerta” que se hacen aquí de los libros sagrados de oriente, se muestran las estatuas y las figuras orientales, asociadas a cosas negativas, solamente seres con grandes cerebros e inteligencia espiritual fuera de lo común, han vinculado estos conceptos con interpretaciones acertadas, recuerdo los videos de “cosmos de Carl Sagan”, en los que hablaba abiertamente de la danza Tándava y del Dios danzante Nataraja y recuerdo las palabras bellas de Anthony de Mello, cuando estaba en New Jersey cuando hablaba del “Diablo del olvido”, de esa fuerza negativa que nos anestesia, que nos hace olvidar o que nos obliga a entrar en negación, Anthony conocía los libros sagrados, fue criado en India y a él poco le importaban las fuentes, siempre y cuando eso favoreciera la espiritualidad de todos, sin duda era un santo, reconocible por su ausencia de sesgos y por su interés en el despertar de la conciencia.