La pregunta del millón
Hace poco, una niña llamó al programa para hacer la siguiente pregunta: “Si Dios creó todo, entonces, ¿quién creó a Dios?”.
Hace poco, una niña llamó al programa para hacer la siguiente pregunta: “Si Dios creó todo, entonces, ¿quién creó a Dios?”.
Esta es una pregunta sumamente complicada y compleja, no tanto por la respuesta misma, sino porque es difícil encontrar las palabras exactas para contestarla. Además, al hacernos esta pregunta, nos encontramos de frente con el argumento principal de los escépticos, aquellas personas que afirman no creer en nada, los ateos. Personalmente, a lo largo de mi vida no he conocido a un ateo genuino, pues a pesar de llamarse como tal, siguen creyendo en aspectos espirituales muy particulares.
Esa simple pregunta abarca todo lo que nos podamos imaginar: física, astronomía, astrofísica, libros sagrados, meditación, y mil aspectos más, que son solo una herramienta para contestarla.
Existe una tendencia humana, y sobre todo se ve mucho en el ámbito religioso, que trata de ridiculizar este tipo de preguntas o a quien las realiza. Es usual ver cómo este método de burla o crítica es altamente usado, pues se asume que cada persona debe tener en el alma ciertas certezas, por lo que una pregunta así es boba, capciosa o simplemente sobra. Pero, nosotros no debemos caer en esta mala práctica y tratar de adjudicarles el maravilloso valor que tienen este tipo de cuestionamientos.
La anterior, es una pregunta de trascendencia, pues es un excelente punto para reflexionar acerca del conocimiento espiritual y del encuentro que se va a presentar entre la ciencia y la espiritualidad en un futuro cercano. Esta pregunta no sobra, de hecho, nace de la reflexión sobre Dios, nace de la meditación, nace de esas preguntas que todos en algún punto de la vida nos hacemos, y que van más allá de nuestra fe y convicciones, pero que al mismo tiempo provienen del mismo tema y es que son acerca de las “causas de todo”.