Día de la Mujer
En una fecha como esta, el Día de la Mujer, escuchamos por doquier una cantidad de juicios: que es una sinvergüenza, que es infiel, que se deja maltratar; pero también oímos conceptos sobre la igualdad, la liberación y la independencia.
En una fecha como esta, el Día de la Mujer, escuchamos por doquier una cantidad de juicios: que es una sinvergüenza, que es infiel, que se deja maltratar; pero también oímos conceptos sobre la igualdad, la liberación y la independencia.
Es muy usual ver cómo todos estos conceptos suelen ser extremistas y tienden a poner a la mujer en un papel único de servicios, oficios generales o guardería. Pero, si ahondamos genuinamente, podemos entender que solo existe una respuesta frente a la pregunta sobre cuál es el papel de la mujer en la civilización actual: la mujer ocupa la mitad de la población, tiene la misma importancia que el hombre y está muy equivocado quien se atreva a dudarlo. Es una realidad evidente.
Desafortunadamente para todos nosotros, su papel se ha disminuido en la historia, el hombre ha abarcado el protagonismo, dejando a la mujer trabajando tras bambalinas; pero esto ha ido cambiando.
Ahora bien, no podemos negar que existen diferencias entre hombre y mujer, claro que las hay; evidentemente, no somos idénticos, tenemos desigualdades tan profundas, que se ven reflejadas tanto en lo social como en lo espiritual. Pero esto no es malo, ni habla más o menos de uno u otro.
La mujer es la casa, el útero, la maloca, el templo, el hogar de calor y de fuego; la mujer es la cavidad, la cueva donde se gesta lo nuevo. Su misión, desde el profundo significado de los símbolos, es la preservación y el cuidado de la vida.
La mujer es la raíz que crea el hogar, es la que lo une y aglutina; es la base ética, respaldo y compañía de los hijos; la que todos los días trabaja por generar un ambiente de seguridad y cariño. Por estas, y por otras mil razones, es que la madre es una parte trascendental del hogar.
Lo anterior no debe suponer que, por tener la mujer esa misión, quiera decir que es descerebrada o inútil, todo lo contrario: la mujer puede ser una excelente profesional, sin importar el campo. De hecho, en la actualidad, el ser humano con mayor coeficiente intelectual es una mujer y deja muy lejos al hombre que le sigue en posición. Es importante recalcar esta curiosidad, pues, en la era de Piscis la mujer fue considerada como menos inteligente y relegada al plano doméstico. Aun ahora, en la época de Acuario, quedan algunos vestigios de esta mentalidad.
¿Es buena la liberación femenina?
Este es un concepto que, bien entendido, es maravilloso, pero que, mal manejado, se vuelve absolutamente destructivo. Es realmente positivo que una mujer pueda ser todo lo que quiere, profesional y afectivamente, pero esto no se debe confundir con actitudes como la infidelidad o el abandono del hogar. Ningún concepto de libertad permite la posibilidad de hacerles ese daño a una pareja o a los hijos.
Esta equivocación sucede mucho cuando se confunde el amor con la actitud de sacrificio absoluto y maltratador. Una cosa es una madre que, con amor, cuide y ordene el hogar en la cotidianidad, pero otra muy distinta es la figura de una madre con la carga del oficio y el aseo vitalicios, en los que relegue sus sueños y deseos por un marido que la maltrate física y emocionalmente, o por unos hijos que la humillen por su labor en el hogar.
Históricamente, la mujer ha sido relegada y disminuida en todos los ámbitos de su vida: en su inteligencia, pues siempre ha sido considerada menos capaz; en su sexualidad, porque siempre ha estado en pos de los deseos del hombre; en su espiritualidad, debido a que siempre ha pasado a un segundo plano; y en su libertad laboral, dado que suele tener menos oportunidades o un salario inequitativo. Esto tiene que cambiar.
Colombia es un país de ejemplo, ya que tiene incontables mujeres responsables, inteligentes y trabajadoras que hacen su vida para mantener un hogar con amor y maestría.
La mujer es la representación de la pureza y debe liberarse del maltrato, de la injusticia y del menosprecio; pero nunca de sus dones espirituales o de su misión encomendada.