El perdón
Perdonar es un acto amoroso de gente grande, que quiere reconquistar la conciencia. Perdonar no es un sentimiento dulzón, de suaves palabras y actitudes fingidas.
El verdadero perdón nace en el presente y no de una amnesia del pasado, perdonar no es olvidar. El perdón tiene origen en nuestra habilidad de ver nuestros recuerdos como en pantalla, meditando sobre ellos y quitándoles toda energía asociada. Perdonar es meditar en la causa y sobrepasarla honestamente.
Perdonar es una habilidad de seres superiores, que lo logran sin esperar nada a cambio, sin creerse buenos o virtuosos, sin pensarlo y casi sin saberlo, como se hace con nuestros padres o hijos. Este es un ejemplo que tal vez todos hayamos experimentado, perdonamos a un ser amado aun sin darnos cuenta, incluso, antes de que haya cometido una falta.
El perdón es cuestión de elegancia del alma, de educación espiritual, no de pergaminos, apellidos ni dinero; esa es la verdadera nobleza. «Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos al que nos ofende», dice el Padre Nuestro. Esta oración, enseñada por nuestro Señor, y que también se encuentra en los libros ocultos, nos habla de uno de los grandes poderes del ser humano, heredado de nuestro Cristo átmico, el grandioso poder de perdonar.
Perdonar es ver nuestros recuerdos con claridad, es entender que aún podemos sentir las consecuencias del daño, es comprender que nuestro agresor puede estar feliz y quizá ni se acuerde del mal que nos propició; pero también es nuestra habilidad de no identificarnos con ese recuerdo, sentirlo como si fuera de una vida pasada o de otra persona; lo vemos lejano y ajeno, pues nuestra energía no se encuentra allí.
Nuestra fuerza mental no está en esos pensamientos, los hemos sobrepasado en nuestra meditación.