La niñez, la inocencia y el karma
En la historia de nuestra humanidad no hemos sido muy justos con los derechos de los niños.
Apenas hasta 1959 las Naciones Unidas aprobaron los Derechos de los Niños; nuestra civilización suele ser lenta en lo importante, en lo crucial para el futuro.
Esto es deplorable y triste, más aún, cuando sabemos que hace más de dos mil años Jesús, Salvador del mundo, decía con contundencia:
«Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el Reino de Dios.
«De cierto os digo, que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
Con este pasaje Jesús se refería a esa gloriosa etapa de los niños cuando la inocencia prevalece, esos años de niñez cuando el humano es como el Ser: simple, sabio, sin malicia. Un niño, un bebé, no solamente son el futuro, son la representación del Ser, el estado ideal para tocar las puertas del Cielo.
Por esta misma razón, el dictamen del Señor es que a aquel que le haga daño a un niño, por cualquier tipo de maltrato, tendrá un karma que lo perseguirá por varias encarnaciones. Un niño, por indefenso, por su pureza, por su simbología del Ser, por su futuro y por sus dones espirituales, amerita el mayor de los cuidados.
La inevitable ley de recurrencia hace que el asunto no termine en un camuflaje del agresor, no: el karma es fuerte y duro con estos atacantes.