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Helena Pretonila Blavatsky

Publicado en31/03/2017 Por

Una de las figuras más prominentes de las ciencias herméticas de todos los tiempos es, sin duda alguna, Helena Pretonila Blavatsky. Fue una de las almas encargadas de traer a Occidente la espiritualidad de Oriente, evidenciando el camino del despertar. Su trabajo fue vital para rescatar el saber perdido de la memoria de América y de Europa.

Una de las figuras más prominentes de las ciencias herméticas de todos los tiempos es, sin duda alguna, Helena Pretonila Blavatsky. Fue una de las almas encargadas de traer a Occidente la espiritualidad de Oriente, evidenciando el camino del despertar. Su trabajo fue vital para rescatar el saber perdido de la memoria de América y de Europa.

Sobre Helena Pretonila Blavatsky se han dicho muchas cosas, se han tergiversado sus palabras y su vida se ha vuelto todo un mito. Lo cierto es que, en vida, fue muy perseguida y recibió mucha oposición, pues en el siglo XIX este tema era muy mal percibido. Nació en 1831 y murió en 1891, viajó muchas veces a India, Egipto y Latinoamérica, aunque se desconoce cuántas y por cuánto tiempo; habló de filosofía hermética en una época cuando era sumamente complejo. A esto se sumó que era mujer, separada e increíblemente inteligente.

Afortunadamente para nuestra humanidad, Helena Pretonila Blavatsky superó todas estas arduas pruebas y ninguna de las crónicas escritas sobre ella le hacen verdadera justicia a su genialidad; era una mujer adelantada a su época y verdaderamente iluminada. Siendo apenas una joven adolescente dominaba fluidamente el alemán, el francés, el ruso y el inglés, y con sus viajes aprendió el sánscrito, el griego, el latín y el hebreo. Su facilidad para los idiomas era sorprendente: podía leer los vedas originales desde las tablillas y durante los siguientes años de su vida perfeccionó las lenguas orientales como el mandarín, el wú, el han y tres dialectos sinotibetanos.

Sus estudios y escritos son increíblemente complejos, todos con fuentes originales y de primera mano. En definitiva, una de las escritoras más importantes de la literatura universal.

Desde muy pequeña decía: “En sueños, en ese espacio en el que el cuerpo sale, los maestros me dicen que debo fundar una sociedad y trabajar en ella”. Y así lo cumplió: fundó la sociedad teosófica en 1875, en Nueva York, con su segundo esposo, Henry Olcott, y con su socio, William Judge. La sociedad llegó a tener sedes en Rusia, Francia y Estados Unidos, pero, desafortunadamente, con la muerte de Helena se disolvió, pues sus integrantes no tenían la misma mística que su fundadora.

Una de las sucesoras, la doctora Annie Besant, buscó con ahínco perpetuar la sociedad teosófica y encontró en un joven llamado Krishnamurti la esperanza de hacerlo. Él era un ser de gran conciencia y determinación, un alma superior en cuerpo de niño. Annie Besant lo acogió y se encargó de darle una educación sublime, pero, cuando se decidió que él sería el sucesor, personas de la sociedad, como Rudolf Steiner y Alice Bailey, no estuvieron de acuerdo, por lo que se dividieron y formaron otras sociedades.

La sociedad teosófica original ha sido la madre de más de mil sociedades, sectas y organizaciones esotéricas, todas relacionadas a Blavatsky, y, en sí, interesantes y notables. El tema es interminable y sumamente cautivador.

Propiedad intelectual de Hilda Strauss. Todos los derechos reservados ©

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