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Humanidad Hiperbórea

Publicado en10/04/2017 Por

Este tema es un tanto extraño y desconocido, y hablar de él es complicado, ya que es difícil de entender para nuestra mente, pero, sobre todo, porque es tan viejo, que se ha perdido u olvidado.

Hiperbórea es una civilización muy antigua y podríamos referirnos a ella como una humanidad pasada. El término hiperbórea es tan solo un nombre, una guía, que en celta significa “más allá del Bóreas”, o de la expresión druida “ifve-boren” que podría tra

Este tema es un tanto extraño y desconocido, y hablar de él es complicado, ya que es difícil de entender para nuestra mente, pero, sobre todo, porque es tan viejo, que se ha perdido u olvidado.

Hiperbórea es una civilización muy antigua y podríamos referirnos a ella como una humanidad pasada. El término hiperbórea es tan solo un nombre, una guía, que en celta significa “más allá del Bóreas”, o de la expresión druida “ifve-boren” que podría traducirse como “más allá de Polo”.

Sobre Hiperbórea hay muchas historias, poco conocidas o investigadas, pero que han sido nombradas en variadas tradiciones alrededor del planeta. De ella se habla en las Sagas de Islandia, en las historias de los lapones o de la tierra de Lap al norte de Rusia, en la sagrada historia vikinga, y era tan conocida por los griegos, que sumó un capítulo entero en la Biblioteca de Alejandría.

En el siglo XVI, el cartógrafo Abraham Orteliuos, el coleccionista y sabio de mapas más grande de la historia, fue el primero en hacer atlas como los conocemos hoy. En uno de ellos se muestra un continente polar muy misterioso, denominado “Hiperbórea”, citando como autor a un viejo lapón. En él se observa un continente ensanchado, con una enorme caverna en el centro, de casi cincuenta kilómetros de largo y cinco de ancho. En estos mapas también aparece la Antártida, con dos grietas similares.

En épocas más modernas, también se investigó sobre Hiperbórea en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, pero con fines no tan ilustres como se esperaría. Son interesantes los estudios arqueológicos que se realizaron, y de herencia humana, en busca de nuestras raíces, pero el motivo racial que se incluyó no puede llamarse sino reprochable. Y es que, desde hace miles de años, no existen purezas raciales, todos tenemos mezclas y porcentajes de un lado o de otro; de hecho, la nuestra es conocida como “raza canela”, de la cual se ha hablado desde la Antigüedad. Por lo tanto, hablar de una raza pura, con el fin de excluir grupos, no es real ni tiene fundamentos verídicos.

Este separatismo no tiene en cuenta que todos tenemos alma y cuerpo de luz, que todos venimos de las estrellas, como casi todas las especies de este planeta, que han sido adaptadas con el fin de acondicionar la Tierra y prepararla para la oleada de encarnaciones que seguirán al final su tránsito en el camino de la luz. Esto no tiene nada que ver con el color de la piel, de los ojos o del cabello.

Lo curioso de este caso es que en la Segunda Guerra Mundial se descubrió que, tanto alemanes como judíos, compartían el mismo origen, ambos indoeuropeos, pero claramente esto se guardó en silencio y solo quedaron como evidencia los documentos de las investigaciones.

Volviendo a Hiperbórea, en la antigua Grecia se hablaba del dios de la Luz, Apolo, quien venía del hielo del norte y quien creó a los cananeos, a los babilonios y a los acadios. Según los griegos, era inmortal, como todos los hiperbóreos, y no era de aquí, sino de una estrella. En las crónicas griegas se dice que tenía un carro volador, redondo y resplandeciente, con el que cada cierto tiempo volaba hacia la tierra de hielo para hacerse joven de nuevo.

Apolo era hijo de un ser enorme, que había llegado de un resplandor azul del cielo, y era conocido como Enlil, quien manejaba las nubes y las tormentas. Es la representación del dios todopoderoso y su hijo, Apolo, que significa “el que redime la memoria”, era el dios de la luz. Esta imagen de Dios y de su hijo se ha asociado en varias ocasiones con el egipcio Horus; ambas imágenes asociadas al camino crístico, con cierta similitud a Jesús, hijo de Dios; Apolo, hijo de Enlili; y Horus, hijo de Ra. Todas estas narraciones son historias de otros espacios y todos ellos provienen de un “reino que no es de este mundo”, seres enormes que son inimaginables para nosotros.

La historia del carro de Apolo y de su hermana Artemisa se repite en varias fuentes en la mitología antigua grecorromana, y de ellas podemos entender que se habla de otra tecnología, de una civilización con una evolución que no es de aquí.

Desafortunadamente, mucho de esta historia se ha olvidado, por motivos religiosos o, simplemente, por indiferencia; dejamos de lado el hecho de que estas narraciones, que son alegóricas, hacen parte de nuestra historia perdida de la humanidad. Se han perdido los libros de Dídima y de Licia, en los que se narraban los detalles del carro de Apolo y el viaje a Hiperbórea cada 9, 19, 39, 49 y 59 años, para recuperar la juventud y traer la memoria desde las estrellas. En algunos frisos y paredes de Delfos y Segesta aún se pueden encontrar las narraciones de la llegada de Artemisa, hermana de Apolo, Madre Naturaleza, que prepara el pesebre para la llegada del Niño de Oro, que, leído en lenguaje viejo, es la misma adaptación del planeta para la llegada de las almas en una progresión que aumenta, luego se estabiliza y después disminuye, como va a ocurrir en la Tierra.


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