El pueblo indígena hopi

Los hopis son en realidad una derivación de los mayas, que se asentaron hace mucho tiempo en Arizona y, por lo tanto, no son los mismos navajos o apaches, como mucha gente cree.

La lengua tradicional de los hopis, derivada de las lenguas mayas, está prácticamente perdida. Entre los no más de diez mil hopis que aún habitan esta tierra, ni siquiera una cuarta parte habla la lengua original.

Para los hopis, el espíritu eterno del corazón del hombre es el mismo que mueve al universo, es la fuerza que hace que giren las esferas y que hace que la energía fluya en la vida. Este ser, que es el mismo Átman, es conocido por los hopis como Tawa, asociado al Sol, como lo hacían también nuestros chibchas.

Al contrario de lo que nos enseñan en el colegio, para los hopis, el Sol no era únicamente una deidad, sino el ser espiritual del corazón, el que creó la red de amor en el mundo. Los viejos hopis narran una historia bellísima de la noche del universo, en la que el tejido de la araña nos enlaza a todos, a los puntos de luz de nosotros, a los puntos de luz de la Madre Tierra, a los puntos de luz del Domo del Cielo y a los puntos de luz de los mundos invisibles. Es una red de amor, una telaraña gigante que nos une y conecta a todos. Esta es la principal enseñanza que aprendieron de los Seres de las Estrellas.

Según sus propias palabras, el equilibrio de la vida se da en la respiración del espacio negro que no vemos, impulsado por el mismo Tawa y por su principal creación, un ser llamado Masavú, el que preside la muerte, el jefe del tránsito del alma, idéntico al Bardo tibetano.

Todo este conocimiento de los hopis se basa en su increíble conexión con civilizaciones extraterrestres, conocidas por ellos como los katchinas, quienes sabían volar en el arco del cielo, en escudos luminosos de todos los tamaños, siendo el más pequeño del tamaño de una colina. A esas naves gigantes las conocían como «pájaros gigantes del trueno», unos tan inmensos, que no podían acercarse completamente.

En Nuevo México existe la historia de un escudo lleno de sabios, que no pudo aproximarse a la Tierra, y que sobre él había una ciudad de cristal. Esos seres sabios eran profundos conocedores de la sustancia de las cosas: una vez que la captaban, podían manejar esas cosas a su antojo.

Los hopis narran también cómo los katchinas estaban obsesionados con las piedras y las rocas de la Tierra, de cómo eran expertos en identificar el material, la calidad y, sobre todo, en cortar estas rocas con discos de luz.

Los hopis recuerdan a los katchinas como seres muy sensibles y delicados, que no se adaptaron a vivir en la Tierra apenas llegaron, por lo que debieron resguardarse en el subsuelo. De ahí las construcciones subterráneas absolutamente majestuosas, muchas que aún no conocemos.

Según las predicciones del pueblo hopi, en la época de la estrella azul, que corresponde a nuestra época moderna, serán descubiertas grandes construcciones subterráneas en todo el mundo. De ahí que muchas culturas hablan del origen desde el interior de la Tierra. Los muinanes del Amazonas, por ejemplo, dicen que las personas sagradas llegaron del cielo, pero que salieron de cuevas en la selva, en las entrañas de la Madre Jorofai.

La historia se repite y, realmente, es en estas circunstancias que nos damos cuenta de que todos pertenecemos a la tela de araña cósmica de los hopis.

Para los hopis, cualquier lugar en el que la naturaleza pueda impactar el espíritu del hombre, es un templo, y ese templo tiene un altar en el punto de la memoria del hombre.

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