Lidiar con la muerte
En algún momento de la vida, todo ser humano experimentará la muerte de un ser querido y, con ella, un caudal de emociones muy difíciles de entender y manejar.
Lidiar con la muerte de una persona no es solo difícil, por el apego que le tenemos, sino especialmente por el amor. Es muy complicado decirle a una persona que va a perder a alguien, o acaba de perderlo, que normalice el proceso de la muerte.
En Occidente se tiene, además, una dificultad adicional, ya que no poseemos la cultura de una actitud reverencial hacia la muerte, las personas no suelen prepararse para ella, ni propia ni de sus seres queridos, y pasamos poco tiempo intentando comprender este proceso.
Esto es aún más difícil de explicárselo a un niño o a una niña, pues su comprensión de la vida es sencilla, blanca o negra, pero, por lo mismo, su alma es generosa y, aunque va a sufrir, este sufrimiento se puede atenuar si se les explica que ese ser querido no está desapareciendo, sino que está emprendiendo un viaje espiritual, en el que deja el cuerpo físico, como quien desecha un abrigo desgastado, para emprender un camino de luz y aprendizaje. Este ser querido dejará este mundo para entrar en la universidad del cosmos en la que las almas inician el curso de la luz.
Quienes nos quedamos en este mundo, podemos encontrar consuelo pensando que siempre tendremos a ese ser querido en nuestros corazones, pues, por esos lazos de amor que nos unían, esa persona siempre estará con nosotros. Su ser debe seguir el camino del saber y, aunque lo extrañaremos siempre, nos quedaremos con la esencia de su amor y al recordarlo seremos felices y nos inspiraremos en su vida y en su ejemplo.