El defecto de la ira - Cómo identificarlo y transformarlo
El proceso de la transformación de los defectos es largo, pues debe hacerse durante toda la vida y realizarse constantemente en nuestro día a día: cuando meditamos, vemos televisión, discutimos, comemos o trabajamos. Pero, a pesar de ser un proceso largo, en sí, es muy sencillo, porque se trata de cambiar un concepto por otro. Para ello, debemos utilizar el poder mental y la proclamación de este cambio.
El proceso de la transformación de los defectos es largo, pues debe hacerse durante toda la vida y realizarse constantemente en nuestro día a día: cuando meditamos, vemos televisión, discutimos, comemos o trabajamos. Pero, a pesar de ser un proceso largo, en sí, es muy sencillo, porque se trata de cambiar un concepto por otro. Para ello, debemos utilizar el poder mental y la proclamación de este cambio.
Para comenzar, debemos entender y ser conscientes de que tenemos un defecto. En el caso de la ira, puede ser más fácil de identificar que otros, como la envidia; el envidioso siempre va a negar que lo es. Pero, sin importar el defecto, debemos reconocerlo en el fondo de nuestro corazón y querer cambiarlo. Esto no debe considerarse como una tortura, sino simplemente como una oportunidad de vida.
Luego de reconocerlo, debemos preguntarnos cómo el defecto, en este caso la ira, afecta nuestra vida. Debemos entender que la ira nos aparta de la sociedad, nos obliga a maltratar a nuestros seres queridos, produciendo tragedias y miedo en los demás. Así mismo, nos agota, reduce nuestras oportunidades como persona y destruye nuestras relaciones.
Ahora, debemos preguntarnos cómo se manifiesta en nosotros este defecto. En cada individuo se presenta de manera tan particular, que sería muy complejo listar todos los casos, pero, en general, la ira se refleja en enfurecimiento, principalmente debido al miedo. Puede que en primera instancia no lo veamos como tal, pero usualmente lo es. Nos ponemos irascibles cuando las cosas no se dan como queremos, cuando nos sacan de nuestra zona de confort, cuando hieren nuestra “importancia personal”, y así sucesivamente. Hay todo tipo de situaciones que nos pueden llevar a la ira. Hay personas que son muy pacientes para algunas cosas, mientras que son intolerantes frente a otras; depende de cada individuo.
Cuando identificamos en qué situaciones se presenta el defecto, podemos pasar al siguiente paso: la desprogramación. Debemos repetirnos en todo momento: “yo no soy esa destrucción”, “yo no soy ese temperamento”, “yo no soy ese miedo”. Así llegamos al centro de nosotros mismos, y nos asombramos, pues vemos cómo esta práctica nos transforma y cómo afecta también de manera positiva a quienes nos rodean.
El siguiente paso, la reprogramación, es repetirnos constantemente en nuestra mente: “yo soy tolerancia”, “yo soy solidaridad y paciencia”. Estas sentencias de poder mental reafirman nuestro cambio.
Y es que esta programación puede transformarse en algo mejor, puede convertirse en una fuerza positiva que nos impulsa a evolucionar y a cumplir nuestros sueños:
- “Yo soy paciencia”
- “Yo soy abundancia”
- “Yo soy trabajo”
- “Yo soy cumplimiento de mis sueños”
- “Yo soy solución”
- “Yo soy generosidad”
Toda esta programación lleva a feliz término, ya que nos estamos acogiendo a la regla básica del equilibrio, cumpliendo los dos grandes pasos: el primero, es lo que llaman los budistas el “vaciamiento” o lo que se denomina en el zen la “vacuidad”; y el segundo, es la iluminación y todo aquello que va más allá, es el poder mental.
Todas estas son órdenes, sentencias poderosas que con toda seguridad se convertirán en hechos.