El matrimonio y la fidelidad
América Latina sigue siendo una mezcla de culturas con un machismo muy marcado, donde lo general se considera normal, no porque esté bien, sino porque todo el mundo incurre en ello. Aun hoy, es frecuente escuchar “yo soy hombre, y el hombre tiene sus necesidades”, frase con la que tanto hombres como mujeres se escudan para acceder o permitir infidelidades dentro de la pareja.
América Latina sigue siendo una mezcla de culturas con un machismo muy marcado, donde lo general se considera normal, no porque esté bien, sino porque todo el mundo incurre en ello. Aun hoy, es frecuente escuchar “yo soy hombre, y el hombre tiene sus necesidades”, frase con la que tanto hombres como mujeres se escudan para acceder o permitir infidelidades dentro de la pareja.
La expresión no solo le otorga al hombre el poder de hacer lo que desee, por su “naturaleza”, sino que también anula por completo la posibilidad del deseo en la mujer. Es muy usual ver cómo las latinas entienden la relación sexual del hombre como una necesidad para él, que, si no se cumple en la casa, debe ser buscada en otra parte. Lo grave, además, es que el hombre se ha creído esta mentira y ha llegado a pensar que el sexo no es una manifestación de amor sino una necesidad instintiva animal; por lo tanto, una infidelidad es plenamente justificada.
El problema no es un dilema que se dé solo en ciertas clases o grupos sociales; se presenta de una u otra manera en toda la sociedad. Esta inconsciencia se deriva de otra deformación mental horrible: lo normal es lo general. Si se pone de moda tatuarse una letra en la frente, esto se vuelve normal, porque “todo” el mundo lo hace; así es nuestra humanidad.
Un hombre verdadero es aquel que logra dominar sus pasiones, que es leal a sus principios y a sus relaciones, que entiende que, por doloroso que sea, debe romper una relación antes de comenzar otra. El hombre verdadero prioriza sus sentimientos y eleva el sexo a una cualidad trascendental.
Una verdadera mujer es aquella que, además de todo lo anterior, debe entender su lugar en la sociedad y la familia, comprendiendo el significado de la verdad y la lealtad.
Esto, desafortunadamente, no es fomentado por las mismas mujeres de la familia. Es muy usual ver cómo madres, amigas o parientes le aconsejan a una mujer perdonar una infidelidad diciendo que es normal, que todos los hombres son así. Esto, sin importar el sufrimiento que deba cargar por su decisión.
La mujer también ha abusado de su posición frente al machismo, con la que la no participación o decisión son situaciones del día a día. Con resignación, deja que su pareja provea, deja hacer y deja pasar, sin participar activamente en el matrimonio.
La mujer tiene el terrible defecto de la inamovilidad.
El hombre tiene el terrible defecto de la sobrevaloración.
Ambas actitudes acaban con los matrimonios, pues la pareja no llega a consolidarse como amigos, con lo que la confianza y la verdad priman.
La fórmula para que un matrimonio dure
Es simple y difícil a la vez. El primer paso es el amor, es entender que ambos son iguales; son mitades que completan la pareja. El segundo es el respeto, sin importar las circunstancias, siempre se debe ser fiel y hablar con la verdad, ser amigos. Si, por cosas de la vida, una discusión toma un rumbo negativo y se dicen palabras hirientes, debemos rápidamente buscar una nueva ocasión para reunirnos y hablar con amor y cariño.
Otro factor clave en una relación es la admiración: debemos buscar que nuestra pareja sienta que estamos orgullosos de ella, mencionando sus virtudes, tanto en privado como alabando sus destrezas en público. Esto afianza la unión.
Finalmente, el factor que realmente hace que los matrimonios sean duraderos y felices es el cultivo mutuo de la vida interior, de la búsqueda espiritual. Así, las parejas organizan sus prioridades y concentran su atención en lo verdaderamente importante.