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El alma y la mente

Publicado en10/09/2018

Ya hemos hablado de la diferencia entre el alma, la mente y el espíritu. Hemos dicho que el espíritu es el mismo ser interior o el Cristo interno, mientras que el alma es algo así como la personalidad, pero una personalidad cuyas características perduran durante todas las encarnaciones.

Ya hemos hablado de la diferencia entre el alma, la mente y el espíritu. Hemos dicho que el espíritu es el mismo ser interior o el Cristo interno, mientras que el alma es algo así como la personalidad, pero una personalidad cuyas características perduran durante todas las encarnaciones.

La mente está muy cercana al cuerpo material y está sesgada por nuestros defectos. Es muy intelectual y lógica, y, aunque en un punto llegue a entender por intuición que nuestro cuerpo físico se queda en estado de inconciencia mientras nosotros viajamos al mundo astral todas las noches, inicialmente toda nuestra espiritualidad es muy mental, inclusive la meditación.

Karl Pribram, científico y profesor de las universidades de Yale y de Stanford, fue uno de los grandes genios de nuestra modernidad y se destacó particularmente por alzar su voz para explicar y unir con sus teorías la mística y la ciencia. A pesar de que no compartimos su método de estudio, pues experimentó directamente con animales, lo que sí es cierto es que a partir de sus experimentos, cirugías y observaciones llegó a una conclusión muy importante desde la ciencia. Él decía que el cuerpo no es más que un “receptor” de “algo” superior a la materia, un componente que no podíamos ver. Además, afirmó que la existencia tendría que estar regida por un orden espiritual.

Esta conclusión resultó, en parte, de la observación de casos en los que una gran área del cerebro de un individuo era extirpada, por ejemplo, por un tumor, y aun así los recuerdos y el funcionamiento se conservaban y persistían.

En su conclusión afirmaba que cada neurona tenía la capacidad de concebir la estructura total, y decía: “La mente, la conciencia y la memoria no son asuntos fisiológicos como todos piensan, eso sería absurdo e ilógico. Esa mente y esa conciencia pertenecen a un mundo espiritual al que no tenemos acceso por medios materiales”.

Karl Pribram es uno de muchos científicos que han estudiado el tema, desde la ciencia, la filosofía y la biología. En sus estudios nombró mucho a Carl Jung, discípulo de Sigmund Freud e inmensamente reconocido en la siquiatría. Jung se diferenció de Freud principalmente porque estaba fascinado con la sabiduría oriental y el mundo de los sueños. Era muy espiritual y sus teorías estaban enfocadas en los aspectos espirituales que se podían ver desde la ciencia, la medicina y la siquiatría.

Hace muchas décadas, Jung planteó la teoría de la “memoria de los arquetipos”, en la que decía que los seres humanos tenemos una memoria universal por medio de la que nos “conectamos a algo” con las imágenes o los sonidos sagrados, que, sin saber por qué, están en nuestra memoria. Jung incluso llegó a afirmar que en el universo había una conexión inexplicable y que las conciencias pertenecientes a los seres vivos también están interconectadas. Esto fue lo que más estudió Pribram de las conclusiones de Jung.

Karl Pribram trabajó de la mano del gran científico David Bohm y juntos dieron a conocer al mundo su propuesta revolucionaria “El cerebro holográfico”. Antes de explicar esta propuesta, entendamos por holograma una imagen, como una película, pero en tres dimensiones. Bohm y Pribram afirmaban que el cerebro funciona como un holograma, donde tiene acceso a un “todo” cósmico, con el que se puede interconectar. Este todo cósmico es un conjunto incontable de conocimientos y realidades sin límite de espacio y tiempo, y, por lo tanto, la memoria no depende completamente del cerebro físico; la memoria está distribuida en toda la masa neuronal.

Y es a través de esta masa neuronal que podemos conectarnos en cualquier momento con esas imágenes. Esto explica por qué el cerebro se identifica de forma muy familiar con imágenes que aparentemente no conoce, pero que en sí pertenecen a esa memoria cósmica.

El cerebro, según esto, es como un receptor y traductor que convierte “algo que recibe” de otros estados en una percepción. Bohm y Pribram llegaron a una conclusión que ya se decía en el Tao y en otras antiquísimas tradiciones: “los objetos, las cosas, la materia son un holograma de recuerdos que fabricamos en el cerebro, con percepciones traducidas de otro mundo, a través del cerebro que es como un lente, una realidad paralela creada en nuestra mente”.

 

 


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