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Reencarnación en la Biblia

Publicado en22/03/2017 Por

Por mucho que se quiera negar, es un hecho verídico que la palabra reencarnación aparece repetidas veces en el cristianismo. 

Por mucho que se quiera negar, es un hecho verídico que la palabra reencarnación aparece repetidas veces en el cristianismo. Es imposible desconocer su origen místico y sus indiscutibles coincidencias con las grandes civilizaciones antiguas. Y es que, aun hoy, podemos leerlo en la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

Sabemos que el Nuevo Testamento fue escogido y filtrado arbitrariamente 300 años después de la muerte de Cristo, y que, además, durante los siguientes siglos fue modificado, acortado y tergiversado según la conveniencia del momento. Sin embargo, aun después de tantas modificaciones, el concepto de reencarnación es evidente en los testimonios de los evangelistas y podemos observar que tiene continuidad desde el Antiguo Testamento.

Por ejemplo, en el evangelio de san Mateo, capítulo 11, versos 13, 14 y 15: «Porque todos los profetas, y la ley hasta Juan, pronunciaron lo porvenir y si queréis entenderlo, él mismo es Elías, que debía venir. El que tiene oídos para entender, entiéndalo”.

En este fragmento, Jesús dice con claridad que Juan Bautista es el mismo profeta Elías, un ser maravilloso que vivió 900 años antes de Cristo. ¿Cómo es esto posible? Jesús se refiere a que Juan Bautista es la reencarnación del profeta Elías.

En el mismo evangelio, en el capítulo 17, verso 12, Jesús dice: «Yo os declaro que Elías ya vino y no lo conocieron. Y entonces entendieron los discípulos que les había hablado de Juan Bautista”.

Las frases no son confusas o “parecieran decir”, todo lo contrario, fueron claras y evidentes: Juan Bautista era el mismo profeta Elías. En el Antiguo Testamento también hay evidencias de esta verdad, concretamente, el profeta Malaquías dice: “Yo enviaré al gran profeta Elías, poco antes de que venga el Mesías”, como una profecía del mismo Dios.

Esta verdad la conocen los grandes iniciados desde hace mucho tiempo, pero en Occidente se ha tardado más tiempo en difundirse. Jesús no tenía la intención de propagar una “nueva verdad”, vino a reconfirmar la doctrina hebrea y a dictar un mensaje evolutivo en el que se encontraba la base de las filosofías india y egipcia.

Su enseñanza fue concedida a todos, sin embargo, como maestro de maestros, también se dirigía a los conocedores, místicos e iniciados, por esto, en el Nuevo Testamento es frecuente encontrar: “El que tenga oídos para entender, entiéndalo”, también, “el que tenga ojos, que vea”, o “el que tenga oídos, que oiga”. Esto, obviamente, se refiere a la conciencia y todo lo que se deriva de ella; el consciente es clarividente y ve, el evolucionado es clariaudiente y oye, es intuitivo y presiente, es conocedor y sabe. Se refiere a aquellos que tienen los sentidos despiertos, a los que han ingresado durante vidas a los misterios mayores de los templos blancos de la dimensión del tiempo, conocida como mundo astral. En la gran biblioteca de la Tierra se sabe cuáles son los cuerpos que han ocupado los grandes guías y solamente las almas superiores pueden leer las sagradas memorias de la naturaleza.

Jesús es el ser de más alto grado evolutivo de la jerarquía planetaria, él tiene acceso directo a la memoria akásica. Este es un poder superior que han despertado aquellas personas que trabajan en la gran obra de la alquimia energética; un ser evolucionado puede leer en el alma de los demás el pasado, conocer su misión presente y futura, y puede reconocer los grados evolutivos alcanzados en reencarnaciones pasadas.

Cualquiera que haya despertado conciencia puede recibir instrucción en los sagrados colegios blancos de las dimensiones superiores y conocer el misterio de las recurrencias de los guías en las diferentes épocas y coyunturas de la historia y del transcurrir de las grandes culturas.

Solo hemos hablado de unos ejemplos concretos en el Nuevo y Antiguo testamentos, pero podemos encontrar otro sinnúmero de evidencias en los evangelios apócrifos y en la tradición oral mística. La verdad es una sola, pueden tratar de ocultarla o negarla, pero siempre sale a la luz.



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