Egipto y sus barcos extraordinarios
Existe en Egipto un gran número de barcas o construcciones de similar estructura que son todo un misterio para los científicos y que han sido catalogadas como “enigmas” sin explicación aparente. A la fecha, nadie ha podido realmente explicar la función de estas barcas, grandes y pequeñas, que han sido encontradas en templos y terraplenes, o enterradas, y que no tienen rastro alguno de haber navegado por agua.
Existe en Egipto un gran número de barcas o construcciones de similar estructura que son todo un misterio para los científicos y que han sido catalogadas como “enigmas” sin explicación aparente. A la fecha, nadie ha podido realmente explicar la función de estas barcas, grandes y pequeñas, que han sido encontradas en templos y terraplenes, o enterradas, y que no tienen rastro alguno de haber navegado por agua.
El punto de curiosidad radica en estas características particulares: su construcción es fuerte y reforzada, diseñada para aguantar peso, su decoración es bellísima y detallada, en frescos, tallas y en remates. Todas están diseñadas para tener las más altas comodidades: sillas, almohadones, esterillas, tablillas de mesa, toldos, columnatas y compuertas para bajar y subir. En estas, como en la construcción en general, no se observa la preocupación por sellar con gomas o con algún elemento las rendijas, con el fin de que la nave fuera impermeable, inclusive, para los egiptólogos es más que obvio que si depositaran en el agua se hundirían inmediatamente.
A pesar de esto, la observación e investigación realizada a estas naves afirma que fueron altamente utilizadas, que personas subieron y bajaron de ellas miles de veces, pero también se afirma que ninguna fue utilizada en el agua.
Es entonces que nos preguntamos ¿por qué se construyeron barcos que no podían navegar y para qué?, ¿por qué las comodidades?, ¿por qué tanta decoración y tanto adorno?, ¿por qué usaban naves de madera que no podían ver el agua?
La respuesta a estos cuestionamientos está cerca de las pirámides y es una respuesta lógica, aunque increíble. Muy cerca de las pirámides se encuentran los famosos huecos de las naves, huecos escalonados de tierra, algunos recubiertos de piedra caliza, otros en tierra limpia o tapados de arena. Algunos de estos contienen una nave que está encajada de manera extraordinariamente perfecta.
Los expertos estipulan que deben ser una necrópolis naval, es decir, una tumba para navíos, pero las evidencias contradicen esta teoría, ya que existen rastros claros de que la nave entró y salió de su hueco cientos de veces, pero no salió arrastrada; salió hacia arriba.
Muchos expertos han tildado estos descubrimientos como “enigmas”, pero aquellos que tienen la mente abierta a otras explicaciones se cuestionan: si los egipcios tenían tecnología para alivianar, levantar y ablandar la piedra, ¿por qué no usar esa ventaja de tecnología “importada” para transportarse?
En ese momento todo encaja y todo tiene sentido… los huecos, las naves, lo adornos, el uso. No es entonces difícil pensar en que si existen tecnologías que pueden atravesar extraordinarias distancias en segundos, ¿por qué no podría aplicarse su conocimiento para mover objetos y personas, y usarse como un medio de transporte?
Una figura importantísima del Antiguo Egipto fue Imhotep, un gran sabio de esta civilización que dejó una historia rodeada de misterio. En el templo de Edfu, en uno de los zócalos podemos leer que Imhotep fue una especie de ángel que llegó en un rayo de luz desde el cielo para asistir al gran maestro del consejo de Ibis.
Fue un ser maravilloso y, de hecho, era tal su fama como mago, que para los griegos era un Dios. Tenía el don espontáneo de la sanación, era médico, escriba, el mayor arquitecto que conociera Egipto. Era, además, escultor y “ablandador de piedra”, experto en astronomía, con conocimientos de un anciano de 400 años, pero su apariencia siempre fue de un muchacho de 22. Su cabeza era enorme, su cuerpo proporcionado, muy delgado y sus ojos eran grandes y negros, el color de su piel era bronce, oro y blanquecino.
Un ser excepcional que realizó un sinnúmero de maravillas y que, al igual que las barcas flotantes, nos dan mucho en que pensar.