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La destrucción de grandes secretos y sabiduría

Posted on05/01/2019

En algún momento hablamos de la espantosa destrucción de la biblioteca de Alejandría, pero, lastimosamente para nuestra humanidad, este no ha sido un episodio aislado. Grupos humanos han destruido grandes centros de conocimiento por miedo e ignorancia.

En algún momento hablamos de la espantosa destrucción de la biblioteca de Alejandría, pero, lastimosamente para nuestra humanidad, este no ha sido un episodio aislado. Grupos humanos han destruido grandes centros de conocimiento por miedo e ignorancia.

 

Este es el caso de la biblioteca de Pérgamo, que se constituía de más de doscientos mil volúmenes de los tesoros más bellos y misteriosos de la antigua Turquía. Pérgamo era la misma Troya, llena de arte y literatura; una de las viejas cunas del saber, donde nació la mitología como la conocemos hoy.

 

Recordemos que antiguamente no existía la imprenta, por lo que los libros y piezas se hacían en pergamino, que tuvo origen en Pérgamo y su biblioteca contaba con los más exquisitos y bellos volúmenes, algunos adornados con hojilla o hilos de oro. Los rollos y tablillas de Pérgamo fueron tan maravillosos, que tuvieron protagonismo en las historias mitológicas.

 

Está consignado en la historia que Marco Antonio, un verdadero bárbaro, le regaló a Cleopatra la biblioteca de Pérgamo para que la agregara a la de Alejandría. Su trasteo hasta Egipto duró más de cinco años, pero fue también el comienzo de su destrucción. Una vez llegados a Egipto, los más de doscientos volúmenes fueron acomodados en una sala especial dentro de la biblioteca, donde estaban protegidos de ambiciones y delirios.

 

La primera destrucción se dio por un ataque de Julio César, en el año 47 antes de Cristo, cuando destruyó solo un 10% de la biblioteca de Alejandría, pero en esta incursión se perdieron más de sesenta mil volúmenes de valor incalculable, que luego fueron destruidos o perdidos.

 

La siguiente en la lista de incendiarios fue la emperatriz Zenobia, reina de Palmira, que se opuso a la dominación romana y, por lo tanto, atacó todo lo que estaba dominado por ellos, como Alejandría y su famosísima biblioteca. Zenobia destruyó varios edificios y, llena de rabia, ordenó su incendio, pero solo logró hacerle daño a una de sus alas. Desafortunadamente, se sabe que arruinó lo que quedaba de la antigua biblioteca en tablillas de magia de Babilonia, las colecciones de la biblioteca real de Nínive de Sargón. También se destruyeron todas las tablillas conocidas como «Tablas de las estrellas» o los «Manuales de magia de Babilonia de Calah», un tesoro que databa de 1.300 años antes de Cristo. Se sabe que se perdieron las bibliotecas acadias y semitas y los tesoros asirios, unas tablas en miniatura en forma de barras cuadradas con una escritura tridimensional rarísima. Se cree también que en esta ala había libros de Pisístrato, Polícrates de Samos, Platón, Eurípides, Jenofonte, Eutidemo, Euclides, Aristóteles, Sófocles y Esquilo. Zenobia destruyó todo tipo de volúmenes y, aun así, solo logró destruir un ala de la gigantesca biblioteca de Alejandría.

 

En el año 285 d.C., el emperador Diocleciano reconquistó Alejandría y, como los anteriores, decidió destruir la gran biblioteca. Pero tenía un objetivo muy claro: destruir la historia y la cultura egipcia para que así nunca pudieran irse en contra de Roma. Bajo esta orden, se quemaron todos los documentos de alquimia, se destruyó el ala fenicia y se incendiaron todos los papiros egipcios, los libros hebreos de cálamo de caña y los libros de tela y goma. También los libros del palacio real de Nefirikere, que databan del año 2750 antes de Jesús, todos esos rollos de magia y medicina natural. Lo mismo sucedió con la gran biblioteca de Ozymandias de Tebas y la famosa colección antigua egipcia del «Consultorio del alma», un tesoro de valor increíble para los egipcios, atesorados en Alejandría desde la época de Tolomeo I.

 

Todo lo anterior por el miedo a que con ese conocimiento pudieran crear un ejército contra Roma. Afortunadamente para nuestra humanidad, esta tampoco fue una destrucción definitiva.


Propiedad intelectual de Hilda Strauss. Todos los derechos reservados ©

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