El olor único de los santos
En los programas de radio hemos hablado en varias ocasiones de cómo seres especiales desprenden un aroma muy particular. Por ejemplo, en la India, es reconocida inmediatamente la presencia de Babaji por el intenso aroma de sándalo fresco y la formación de una suave brisa.
En los programas de radio hemos hablado en varias ocasiones de cómo seres especiales desprenden un aroma muy particular. Por ejemplo, en la India, es reconocida inmediatamente la presencia de Babaji por el intenso aroma de sándalo fresco y la formación de una suave brisa.
En Tíbet, China, Tailandia, India y Japón la presencia del señor Gautama, o Buda, está profundamente asociada a la fragancia de mezcla de maderas y de flores silvestres. Incluso, se ha instituido este aroma como el olor del Dharma.
Los cánones más estrictos de las distintas facciones del budismo prohíben a los monjes aplicarse cualquier clase de perfume, pero hay algunos lugares, como en la aldea Terai, en Nepal, donde es frecuente encontrarse con el olor interno de maderas aromáticas y flores campesinas.
Al conde de Saint Germain lo describieron siempre como un sabio con una fragancia de ámbar y mentol que impregnaba cualquier estancia que visitara, aún con ropas prestadas. El ámbar posee un aroma muy particular, pues tiene cierto toque de pino y pareciera contener incienso y lavanda. Saint Germain podía estar en varios lugares a la vez y vivió más de doscientos años (aunque aquellos que investigamos las ciencias espirituales sabemos que la encarnación de Saint Germain se prolongó por muchísimo más tiempo).
Otro maestro sagrado, uno de los más grandes místicos de India, es Ramakrishna. Nació en Calcuta y su vida fue un ejemplo de virtud, santidad y sabiduría. Su misión se centró en la enseñanza de la meditación, que impartió de la mano de su esposa y sus discípulos. De este gran maestro se dicen cosas maravillosas, entre las más comunes, se habla de despreocupación y desapego por lo material y que, aunque muchas veces olvidara bañarse, este maestro siempre expelía un espectacular aroma a canela y sándalo.
Milarepa, un yogui no muy conocido en Occidente, fue una de las grandes figuras del siglo XII y de la tradición tibetana. Fue altamente malentendido y muy pocas personas entienden la simbología de sus enseñanzas, sus poemas y canciones. Es una de las almas más complejas y difíciles de explicar. Su discípulo comentó en algunos poemas que su maestro siempre olía a almizcle vegetal y jengibre. El maestro, conocido como Marpa, tenía un permanente olor a jengibre y pimienta. Fue un maestro bellísimo, con luz propia e imponente.
En el islam, entre los varios santos y seres de luz, se habla del aroma de Mahoma como una fragancia de rosas y almizcle.
En el mundo hebreo las grandes figuras son los reyes y profetas bíblicos que vivieron hace cientos de años y poco se mencionan los aromas. Pero, en el siglo XVIII vivió un rabino iluminado, el sabio Yisroel ben Eliezer, un ser de gran conciencia. Se dice que cuando hay olor a nuez moscada y alcanfor, el alma del “Santo del Divino Nombre”, como es conocido, está presente.
En los mundos internos, el olor está íntimamente relacionado con la memoria. En la cuarta dimensión el olor es un activador de los centros cerebrales. En ese sentido, la misión de los grandes maestros es encaminar a los seres humanos hacia una meta específica, inclusive, a través del olor.
El olor a incienso inspira la más alta espiritualidad, es un aroma que estimula las neuronas y activa nuestros centros nerviosos, para así estar preparados para comprender grandes verdades, así sea de manera abstracta en nuestro corazón. Las neuronas son como diminutas computadoras que al conectarse generan redes de luz. No es sorprendente, entonces, saber que el aroma de Nuestro Señor Jesucristo es el de incienso.
Los aromas de incienso de Jesús llegan solamente a aquellos que están destinados a despertar. Es la forma como los grandes seres comunican la luz a los seres humanos.