La muerte
Cuando hablamos de la muerte, aquí, en Occidente, nos encontramos con una gran cantidad de tabúes, de trabas y de muros que nos hemos impuesto como sociedad. Pero la verdad es que la muerte es un simple estado de conciencia.
Cuando hablamos de la muerte, aquí, en Occidente, nos encontramos con una gran cantidad de tabúes, de trabas y de muros que nos hemos impuesto como sociedad. Pero la verdad es que la muerte es un simple estado de conciencia.
Fallecer es un acontecimiento trascendental en nuestra vida, un punto clave de evolución y, por lo tanto, no debería ser motivo de alegría o tristeza, sino un hecho de la vida que hay que asumir con calma y serenidad. La muerte es nuestra última prueba y nuestra última iniciación.
Mientras la vida es una escuela y una universidad, donde aprendemos y crecemos espiritualmente; la muerte es como la tesis final de este proceso, en la que se evalúa nuestro desarrollo, y determina buena parte de nuestro retorno. En la muerte, la mente y los cuerpos internos se preparan para registrar proyecciones propias de diversa índole. Dependiendo de nuestro desarrollo espiritual, podremos proseguir a ese sagrado registro o quedar en el apego de las cosas del mundo.
Es necesario entender que para “morir correctamente” es necesario abandonar el concepto occidental tradicional de muerte, en el que todo es horrible y triste, en el que la muerte es un evento temido, e inmensamente ignorado. La muerte es verdaderamente un ritual profundo y esotérico, en el que las consecuencias de nuestra vida y nuestra conciencia al morir son de capital importancia en el procedimiento de transferencia a otro cuerpo con más posibilidades espirituales.
Es de vital importancia tener en cuenta varios aspectos para lograr la iluminación en ese trance tan importante:
- Perderle el miedo. La muerte es un proceso normal en el que todos cambiamos de cuerpo, pero nuestra alma perdura. En indispensable entender que nuestros seres queridos morirán en algún momento y, en lugar de llenarnos de melancolía y tristeza, debemos prepararnos. Debemos conocer la muerte, verla y hablar de ella como algo normal.
Hagamos de la meditación una práctica cotidiana, hagamos ‘tatak’ con el mandala, meditemos acerca de la vida después de la muerte y leamos los relatos de personas que han estado a punto de morir.
- Desprendernos del apego. Existen tres grandes clases de apego en nuestra vida:
- A las personas
- A las cosas
- A la propia existencia
El apego a las personas, en general, es reforzado por los seres queridos que alrededor del lecho del moribundo se desbordan en lágrimas, pésames y palabras dolorosas, lo que hace que el alma se apegue a la gente y que la mente se distraiga con los lamentos.
Esto no está bien, es necesario rodear, al que pronto se irá, de amor, de conciencia sobre el paso que está a punto de dar, de seguridad y tranquilidad frente a la eternidad del alma. Ayudémoslo a pronunciar las oraciones sagradas, a llenar de optimismo su alma, hacerlo reír y eliminar la tensión.
El apego es algo muy complicado. Al momento de morir, las personas se apegan a aquellas cosas que han acumulado, sean pocas o muchas. Al momento del trance, el alma evoluciona y la persona puede entrar en diversos niveles de desapego, pero depende de cada uno. El desapego es una escuela, y debería ser una práctica común en nuestro día a día. Por ejemplo, desapegarse periódicamente de aquellas cosas que queremos, pero que las regalamos a alguien especial, primero para que esa persona se alegre por recibir algo nuestro, y segundo para prepararnos para el desapego final.
El apego a la existencia es el más profundo. El ego nos da esa sensación del final, de que todo se acaba y, si recordamos que el ego es finito, entonces esa sensación es cierta, pero es algo meramente mental. El espíritu y el alma son eternos, y la solución para eliminar este sufrimiento es la meditación y la devoción.
- Cuando lleguemos al momento exacto, entremos en estado de meditación y registremos los momentos felices y espirituales de nuestra vida.
- Entreguemos nuestra alma a Nuestro Señor Jesús o a la Divina Madre, vivamos una real transferencia. Los tibetanos lo hacen, entregan su alma a su maestro espiritual.
- Evoquemos la presencia de los maestros de luz, de los cristos de esta tierra, de nuestro ser crístico interior, repitamos oraciones sagradas, como el Padre Nuestro, el Ave María, o mantras sagrados como el del Tíbet “Om mani padme hum”.
Habiendo hecho todo esto, la mente proyectará todo tipo de imágenes, algunas agradables, otras horribles, pero permanezcamos en calma, no nos alteremos o agitemos la mente. Esta es la forma en la que podremos avanzar en nuestro camino.
Recordemos que nuestra alma es eterna e inmortal, que el poder del Cristo íntimo es infinito y que nosotros somos viajeros del cosmos.