Enseñanza espiritual de nuestros niños
Al momento de pensar en la crianza de nuestros hijos, muchas veces nos preguntamos cuál es el camino correcto, si hay un camino correcto.
Lo primero que debemos saber frente a cualquier enseñanza que demos a nuestros niños, es saber que ellos, por pequeños que sean, son muy perspicaces y aprenden del ejemplo de nuestros actos más que sobre discursos o palabras repetitivas.
En este sentido, la primera enseñanza espiritual que debemos darles es el amor genuino, el amor verdadero. Podemos declamarles todos los días un discurso de ética y verdadero amor, pero, si somos dobles y tenemos un comportamiento impropio, ellos se darán cuenta de nuestra falta de sinceridad.
Estamos acostumbrados al amor egoísta, con la fuerza de la posesión, y todo lo que esto significa. La gente, verdaderamente, no sabe amar, no sabe que el amor es manifestación de conciencia y cambio. Cuando tenemos una relación deteriorada, en la que reina la falsedad, es mejor hacer una pausa, revisar qué está pasando o qué ha pasado, hablar con honestidad para aclarar las cosas, y sanar, para así evitar futuros resentimientos insalvables.
Cuando se ama genuinamente a una persona, se ama su ser y hay un interés real por su bienestar y felicidad, sin pedir o esperar algo a cambio. Algunos pueden pensar que esta es una situación ideal, muy alejada de la realidad, pero es la base de la que debemos partir y de la que deben partir nuestros hijos.
El amor verdadero va de la mano de la felicidad, que es el estado natural del ser, es como la visión interior, o el oído interior, son percibidas con más intensidad en la medida en que se despierta la conciencia.
Pero, en este caso, estamos hablando de la verdadera felicidad, no de la pasajera, ligada a un hecho. Curiosamente, para nuestra sociedad la felicidad puede ser distinta para cada individuo: para algunos puede estar ligada directamente al dinero o a las posesiones físicas, para otros, es tener una familia que los acompañe y que los quiera, para otros más, es estar libres de enfermedades.
Pero ¿de qué depende esta definición de felicidad? Depende realmente de los apegos que tenga cada individuo. El apego da la guía o la pauta sobre qué es la felicidad.
Con el pasar de los años, muchos se darán cuenta de que la felicidad no es la casa, ni el carro, ni la finca, ni las compras, ni la salud, ni el dinero, ni la familia querendona, todo eso es externo; la felicidad está en el interior.
Desafortunadamente, esta es una enseñanza muy difícil de entender y de aplicar realmente, mucho más, porque en general va en contra de todo aquello para lo que hemos sido programados desde muy pequeños: «la felicidad es tener una casa, ser exitosos, tener una pareja estable y formar una familia».
En ese punto, el análisis del budismo sobre el vacío, sobre el desapego y la desprogramación nos puede ayudar mucho. En Oriente se habla de «vacuidad».
Educar a los hijos es delicado y comprende muchos factores, aquí no hay apariencia, ni «qué dirán», ni disfraces. Frente a los hijos, debemos ser originales, verdaderos, genuinos y escuetos, y llamar a las cosas por su nombre, obviamente, dentro del respeto y la disciplina.