La edad del miedo
En ocasiones anteriores hemos hablado de personas inescrupulosas que se han aprovechado del miedo y la ignorancia de las personas para plantar el pánico y ganar adeptos o lucrarse.
Hoy hablaremos de dos de los casos más sofisticados y modernos hemos oído sobre «metemiedos» del fin del mundo, y que vale la pena recalcarlos para que se sepa que son puras fechorías.
En pasados relatos, hemos hablado de muchos cuentos y profecías apocalípticas, como las de Hercólubus o Nostradamus, y las hemos desmentido, no solo nosotros, sino el mismo pasar del tiempo. Se creería que, pasado el 2012, muchas de estas habladurías pasarían, pero ha habido gente mala en todos los tiempos, y ahora muchos se aferran a amenazas como una bomba atómica o la colisión de un asteroide para lograr sus fines de terror.
Comencemos aclarando que, aunque los asteroides y bombas atómicas sí son amenazas reales, estas no traerán el fin del mundo.
Continuemos con los dos casos que queremos recalcar. El primero es el relato en que hace unos años un astrónomo australiano afirmó que la gran estrella de Betelgeuse –que es la novena estrella más brillante de nuestro firmamento y famosa desde la Antigüedad por pertenecer a Orión y tener un tono rojo– podría estallar en cualquier momento.
La verdad es que es muy poco probable que esto ocurra pronto y, si llegase a ocurrir, no afectaría la Tierra. Se calcula que un evento puede afectarnos si ocurre más o menos a 20 años luz, pero Betelgeuse está a 640 años luz de nosotros y, aparte del espectáculo que esto sería, no podría afectarnos, y menos, significaría el fin del mundo.
Otro gran escándalo de su momento, que generó pánico entre las multitudes, fue la encendida del acelerador de partículas que hay en Ginebra, Suiza, también conocido como Gran Colisionador de Hadrones, CER o LHC. Este maravilloso invento de la ciencia, enterrado a cien metros de profundidad, buscaba conocer más acerca de la gravedad y descubrir otras partículas subatómicas. Pero el escándalo surgió por la demanda de dos científicos que aseguraban que prender el colisionador crearía un agujero negro.
Pero, como lo probó la historia, ninguno de los dos sucesos llevó al fin del mundo.