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La Navidad para otras culturas

Publicado en05/01/2021 Por

La Navidad, en todas partes, siempre es la fiesta del Padre interno. Puede que tenga otro nombre, o que se celebre en otra fecha y con otro enfoque, que depende mucho también de la forma y concepción de Dios que se tenga en una cultura, pero, en general, tiene un mismo principio básico.

«El nacimiento de la evolución en el corazón de los hombres»

El aspecto religioso de las diversas culturas tiene siempre un origen similar: el guía espiritual, ya sea Jesús, Krishna, Buda, u otro, nace en condiciones similares.

Tomemos como ejemplo el nacimiento del señor Krishna en India: Devaki, su madre, también tiene una anunciación de parte del Cielo, madre e hijo sufren persecución, hay sacrificio de niños, el nacimiento se produce en secreto, hay intercambio de niños, existen padres adoptivos; pero en todos los casos el Cristo nunca muere, siempre se logra desarrollar completamente, se hace asombrosamente sabio y poderoso, y finalmente derrota a la muerte.

En Grecia encontramos otra historia similar: Deméter, hija del dios del tiempo, Cronos, y la diosa de la Tierra, Rea, conocida como la diosa de la naturaleza y los cereales, y considerada antiguamente la diosa de la eternidad. En su culto, Los misterios de Eleusis, se narra la historia de un niño que nace en medio de peligros, llega a la madurez, muere y resucita. El culto a Deméter pregona la inmortalidad del alma y el nacimiento o despertar de una chispa divina y cristalina en los humanos.

En los países del norte de nuestro planeta, nos encontramos con costumbres diferentes y con una imagen de la Navidad un tanto distinta. Para los nórdicos, sus dioses eran seres gigantescos e infinitamente poderosos, justos, equilibrados y generosos con sus hijos. Su figura evoca la majestuosidad del que hoy conocemos como Santa Claus, Papá Noel o Papá Navidad.

Ahora bien, sabemos que Saint Nikolaus tiene un origen distinto: fue obispo de un pueblo muy pequeño en Licia y, como patriarca, defendió con inigualable bondad a mujeres y niños desprotegidos. Con el tiempo, su fama fue aumentando, a la vez que le atribuían numerosas leyendas y características únicas. Como patrón de Rusia, y con su fiesta también celebrada en diciembre, su imagen se ha ido fusionando a la de Santa Claus y Papá Noel.

La forma universal de Dios es inconcebible, sin embargo, ha habido seres superiores, de conciencia despierta, que en estado de éxtasis han podido captar en las dimensiones superiores imágenes de alguna minúscula fracción del Padre interno que pueda manifestarse con forma, y de este registro es que ha nacido la concepción del anciano venerable de barbas y cabellos blancos y largos, iluminado, vestido con ropajes suntuosos y lleno de regalos.

El anciano venerable, Papá Noel, Santa Claus o el Papá Navidad son todos ellos el mismo Padre eterno presente en lo más alto y espiritual de todo ser humano.

Los regalos, por otro lado, son las cualidades que adquiere el ser humano a medida que va despertando conciencia y va logrando la transformación síquica y energética.

El trineo son los cuerpos más sutiles, manejados por el Átman o el espíritu divino.

Los adornos de colores luminosos metálicos del árbol de Navidad, los globos brillantes, las cintas adornadas, las enredaderas de muérdago y las luces son las mismas joyas del espíritu, los poderes maravillosos del ser humano, las cualidades naturales del que recobra la pureza y, por tanto, la fuerza y el poder para manejar los elementos.

En los países del norte, el árbol adornado de la Navidad nos recuerda al Iggdrasil de la mitología vikinga, que era el árbol del mundo que representaba las civilizaciones y en él estaba contenida la historia del dominio de las almas elevadas sobre los grandes grupos humanos. Sus raíces estaban cuidadas por seres sobrenaturales que, aparte de cuidar las raíces del árbol, hilaban el destino de las almas divinas, encarnadas en hombres o personificadas en dioses. Los adornos del árbol de Iggdrasil representan los diferentes poderes o atributos del dios principal.

Pero esto no es todo: los colores de la Navidad también tienen gran significado. El verde es el origen de la simiente, representa la primera forma de la Madre naturaleza, la concepción de los materiales que se utilizarán en la gran obra de cristificación.

El rojo es la sangre física y espiritual, y representa que ya se ha consumado la creación, que ya existe el Niño.

El blanco es el invierno, la caverna, la cueva, el receptáculo o recipiente donde se deposita y se preserva la semilla para que dé frutos. Encarna también la leche de la naturaleza, el mecanismo de la madre para inmunizar a sus criaturas y desarrollarlas en poco tiempo.

El dorado corresponde al Cristo como hecho, como realidad, a la conciencia que sabe manejar los carros (cuerpos) para que se cumpla la misión más importante: evolucionar.

Sin importar la cultura o la tradición, estas fechas de Navidad y celebración conmemoran la indiscutible posibilidad que tiene el humano de cristificarse. Es momento de reflexión, alegría y meditación.

Hay que reflexionar en nuestro Cristo interno y decidir de una vez por todas que la única solución es la transformación.

 


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